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viernes, 10 de agosto de 2012

Extracto del libro de Styxx


Styxx hizo una pausa en el umbral que daba al jardín al ver a Apollymi sentada en un banco de piedra que daba a una fuente oscura. Así que esta era la perra que había cambiado y arruinado su vida para siempre…
Y todo para salvar la vida de su propio hijo.

Probablemente debería odiarla solo por eso, pero dado el echo de que él habría vendido su alma por tener una madre que, aunque fuera, se diera cuenta de que existía, ¿cómo podía hacerlo? A pesar de lo que Acheron pensara, el amor de Apollymi por él era la única cosa que Styxx alguna vez había envidiado.
Eso y el amor de Ryssa.

Styxx tragó ante la vieja herida que se abría nuevamente y lo llenaba de dolor. Él había hecho cualquier cosas que pudiera para hacer que su hermana lo amara, pero sus celos injustificados y el amor por Acheron habían evitado que lo viera como algo más que una persona sin valor, malcriada y egoísta. Mientras había hecho todo lo posible para proteger y escudar a Acheron, Ryssa lo había culpado de forma implacable por cosas sobre las que él no tenía control.

Por cosas que él no había hecho.

Pero él no pensaría más en eso. El pasado era historia antigua. Literalmente.

Este era el presente, y una vez más,  Acheron lo necesitaba. Respirando profundamente, Styxx estudió a la diosa que lo odiaba incluso más que su propia madre y su hermana.

Su cabello rubio claro contrastaba visiblemente con su vestido negro, y ambos fluían alrededor de su cuerpo perfecto. Irónicamente, la diosa Atlante del dolor y la destrucción tenía que ser la mujer más hermosa que jamás había vivido.

El movimiento del agua causaba un sonido similar a un arrullo, a pesar del hecho de que ambos estaban en el infierno. Su aislamiento lo golpeó al recordar el propio y despertó un horror que moría por enterrar cada minuto que pasaba despierto. No había nada peor que existir en un hoyo oscuro donde la única compañía que uno podía tener era la vista del propio rostro en un frío reflejo que mostraba lo mucho que te odiabas a vos mismo.

Pero a diferencia de él, Apollymi no estaba sola en su prisión.

Su mirada se desvió a los dos Charones que estaban de pie a ambos lados de ella. Si bien no hablaban, al menos eran otra forma de vida que tenía cerca. Sin mencionar, ella tenía un ejército entero de Daimons para  servirla y acompañarla.

Él se encogió al recordar todos los siglos que gritó para que alguien, quien fuera, tuviera piedad de él y solo le hablara para poder escuchar algo. Ni siquiera tenían que hablarle a él. Solo decir algo.

Once mil años eran difíciles de soportar.

Once mil años de terrible soledad.

“Así que no sos un cobarde, después de todo.”

Él enfocó su mirada en Apollymi mientras su odio se alzó para devorar cada parte restante de su dolor. “Fui muchas cosas durante mi vida, pero nunca un cobarde.”

Ella se alzó con los mismos movimientos lentos y con gracia que ahora estaba tratando de aprender de Acheron. Mientras ella se dio vuelta para enfrentarlo, sus ojos cambiaron de ese color plateado ondulante a un rojo vibrante- otra cosa que tenía en común con su hijo. “A mi no me engañás, perro. Te veo por lo que realmente sos.”

Styxx contuvo su risa amarga solo por hábito. Como humano, este tipo de comportamiento le habría causado que su padre lo hiciera atravesar una pared de un golpe. Pero Apollymi no podía matarlo.
Solo Acheron podía hacerlo.

“Me cuesta creerlo, mi señora.” Ni una vez durante su vida habían visto la verdad en él. Y estaba en paz con eso. Hacía tiempo que se había acostumbrado a ser prejuzgado y despreciado.

Antes de que pudiera pestañar, ella se desvaneció, para luego reaparecer a su lado. Ella hundió su mano en su cabello rubio y tiró de él. “Si no fuera por mi hijo, en este momento tendría tu corazón en mi puño.”
Él no se estremeció ni reaccionó ante el dolor en lo más mínimo. “Si no fuera por mi hermano, te destriparía en este momento.”

Ella se rió ante su amenaza, y luego lo sujetó del cabello con más fuerza. “No sos nada más que una copia barata de mi Apostolos. Solo una sombra del hombre en el que él se ha convertido. Nadie te confundiría con él. ¿Cómo podrían hacerlo?”

Era raro escuchar sus dudas, las cuales repetía como una letanía, salir de la boca de alguien más. Ella podría ser su padre, diciéndole cómo nunca sería lo suficientemente bueno como para ser rey. Que deberían haberlo ahogado al momento de su nacimiento.

Cuando él no le respondió, ella le gruñó, mostrándole los colmillos. “Te odio.”

Él se burló. “El sentimiento es mútuo.”

Ella le tiró del pelo con tanta fuerza, que le sorprendió que no se los arrancara de raíz y lo dejara sangrando. Con sus ojos brillando nuevamente, ella lo sujetó contra sí misma y le hundió los colmillos.

Él aspiró ante el dolor crudo y constante de su mordida. Un dolor que a ella le daba placer causarle. Por el amor de todos los dios, por favor, arrancame la garganta. Quizás así, por unos minutos, podría estar en paz.

Pero mientras ella bebía de él, su agarre comenzó a dulcificarse y el dolor disminuyó. En unos segundos, se sintió casi como el abrazo de una madre. No era como si él recordara la sensación de ser abrazado. A decir verdad, podía contar con una mano las veces que lo habían abrazado durante toda su vida.

Y ninguno de esos abrazos provino de su propia madre.

Apollymi se retiró para mirarlo con el ceño fruncido. Su sangre manchaba sus labios. Para su completo shock, ella lo acarició con dulzura la herida que había dejado en su cuello. “No tenía idea,” ella le dijo con un nudo en la garganta.

Él se alejó de sus brazos. No quería ni necesitaba la amabilidad ni lástima de nadie, mucho menos de ella. “Si, bueno, todos tenemos mierda con la que tenemos que lidiar.”

Ella se acercó a él, pero el dio un paso hacia atrás. Ya no era un chico que rogaba por un poco de amabilidad de quien sea. Él había aprendido de pequeño que estaba solo en este mundo. Y honestamente así lo prefería.

“¿Listo?” preguntó.

Apollymi asintió sutilmente.

Bien. Ahora podía mudarse a su nueva prisión y dejar todo atrás. Se secó la sangre del cuello y se dio vuelta para irse.

“¿Styxx?”

Él hizo una pausa, pero no dijo nada.

“Gracias por hacer esto por Apostolos,” ella susurró, su voz llena de emoción. “Y, si cuenta para algo, lamento mucho todo lo que te pasó.”

Lo lamento… esa frase hizo que se le frunciera el labio.

Esta vez, le dio rienda libre a las ganas que tenía de burlarse. “Todos lamentan alguna cosa.”  Y la inmobilizó con una mirada abrazadora. “Y hay algunas cosas, mi señora, que con lamentarse no se arreglan.”

Traducción Mariana Agnelli para Rito de Sangre

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