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jueves, 10 de mayo de 2012

Primer Capítulo de Jinete Inmortal de Larissa Ione (segundo libro de la saga Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis)


Uno
Arik Wagner tenía que reconocerlo. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis sabían montar una buena fiesta.
Al menos tres de ellos. El cuarto, cuyo nombre había sido Reseph antes de que su Sello se rompiera, y que ahora era conocido como Peste, no estaba para dar muchas fiestas. Llevaba fuera de combate
un mes, justo el tiempo que hacía que había sido derrotado por sus hermanos. Posiblemente, el muy cabrón ahora estaría reorganizando su ejército de demonios, pero, por el momento, todos respiraban aliviados.
Estaban celebrando la victoria sobre Peste y también el compromiso de Ares —conocido como Guerra, el Segundo Jinete del Apocalipsis— y su novia, Cara. Todos los que sobrevivieron a la batalla librada en el Sheoul habían sido invitados a la mansión griega de Ares. Invitación que se había extendido al personal del Hospital General del Inframundo, de modo Arik estaba rodeado por la mayoría de sus parientes políticos demonios. Thanatos —el Cuarto Jinete, el que se convertiría en Muerte si su Sello se rompía— se tropezó con él al intentar atrapar un balón de fútbol americano que alguien había lanzado al aire.

—Mira por dónde vas, gilipollas —masculló Arik.
—¿Qué pasa, humano? —Thanatos le golpeó en el hombro con el balón, con la fuerza suficiente como para hacerle dar un paso atrás—. ¿Prefieres el ping-pong?

Exasperado, Arik buscó a Kynan Morgan, su viejo amigo del ejército y actual dirigente de la Égida, una antigua organización encargada de dar caza y exterminar a los demonios y demás criaturas del Inframundo. Quería largarse ya, así que, cuando lo localizó, le lanzó una mirada de «¿a qué estás esperando para salir de aquí?». Ky, que estaba enfrascado en lo que parecía una interesante conversación con Ares, le enseñó el dedo corazón. El dirigente de la Égida y él habían ido a la fiesta con la intención de no quedarse más de diez
minutos, ya que Kynan quería disfrutar del mayor tiempo posible junto a su esposa, Gem, y su hija recién nacida. Una buena excusa para largarse de allí.

Si Arik pasaba otro minuto más con aquellos capullos sobrenaturales, iba a cortarle el cuello a alguien. Además, si Limos, la única jinete, lo sorprendía mirándola de manera lasciva un vez más, sería
ella la que le rebanaría el cuello a él. Nadie parecía prestarle atención, así que se dirigió al exterior para
disfrutar del frío aire nocturno. Siempre le había gustado Grecia. De hecho, la había visitado un par de veces en sus misiones militares. La comida era buena, el clima perfecto y sus habitantes confraternizaban con los americanos. Por desgracia, entre los griegos había un alto número de demonios, igual que en casi todos los países de larga tradición cultural. Los demonios, al ser sumamente longevos, si no inmortales, tenían cierta inclinación a permanecer en los lugares que conocían mejor.

Sí, las criaturas del Inframundo no se caracterizaban por ser demasiado aventureros. ¡Qué estúpidos!
Se sentó en un banco de piedra frente al mar. Sentía sobre él los pequeños y redondos ojos de los guardias, los demonios ramreel que servían a Ares, pero los ignoró y alzó la mirada al cielo. Las estrellas brillaban esa noche con todo su esplendor, destacando con intensidad en el negro azabache de la noche. La esencia personal de Limos llegó hasta Arik antes de oír cómo se acercaba la joven; el aroma a coco flotaba en el aire y hacía que su sangre se moviera más rápido.

Los cocos jamás le habían excitado antes, algo comprensible, ya que aquel olor tampoco le había recordado nunca a una hembra ardiente con el pelo tan negro como la medianoche.
—¿Qué haces aquí? —La suave voz de la joven contrastaba notablemente con la guerrera que él sabía que era, haciendo que Arik se preguntara cómo sonaría en la cama. ¿Se dejaría llevar por su lado femenino, o saldría a la superficie su parte dominante y luchadora?
—Necesitaba un poco de aire fresco.
—¿Por qué?
Porque me estás volviendo loco.
—Solo lo necesitaba.
—¿Quieres desahogarte?
Arik parpadeó.
—¿Qué?
Limos se detuvo frente a él. Sus rodillas se tocaban y el vestido hawaiano de color violeta —a juego con sus ojos— se arremolinó alrededor de sus bien proporcionados tobillos, rozando las botas de
Arik.
—Te noto tenso. ¿Quieres desfogarte? ¿Un pequeño mano a mano, quizá? ¡Dios! Es cierto que estaba tenso, pero no porque quisiera pelearse con nadie. Lo que deseaba era desnudarse y, cosa extraña, la imaginaba a ella de la misma forma. Lo único que tendría que hacer sería tirar del vestido, deslizárselo por las caderas, y sus ojos quedarían al nivel del lugar más íntimo de Limos. ¿Le permitiría saborearla? ¿A qué
sabría? ¿Desprendería ese aroma a coco por todo su cuerpo? Porque ahora le encantaba el puto olor a coco.

Sin saber muy bien cómo, consiguió reunir el suficiente autocontrol para ponerle las manos en la cintura y apartarla para poder levantarse.
—No necesito desfogarme. —Aunque mi polla sí. Ella le mataría si supiera lo que estaba pensando.
Se volvió hacia la casa con intención de sacar a Kynan de allí, sí o sí, pero, como era de esperar, Limos no estuvo de acuerdo.
¡Malditos Jinetes! Se creían que todo el mundo tenía que hacer lo que ellos quisieran.
—Espera. —Limos le retuvo por el codo y le obligó a girarse—.
Vamos, te dejaré golpear primero.
Trató de engatusarle, arqueando las cejas negras como el azabache.
Él se inclinó hacia ella y la miró a los ojos.
—Yo no le pego a las chicas.
No debería haberlo dicho... pero lo hizo. Medio segundo después, estaba tumbado de espaldas en el suelo con el pie de Limos sobre el cuello.
—¿Lo ves? —se regodeó ella—, por eso te he dicho que te dejaría golpear primero. Al menos esta vez no te he roto las costillas.
—¿Haces esto a todos los hombres que conoces o yo soy especial?
—resopló él.
Limos curvó los sensuales labios en una sonrisa.
—Oh, claro que eres especial, pero yo no me lo tomaría como un cumplido.
—Puedo verte las bragas. —No era cierto, pero ella abrió los ojos asombrada y se apresuró a reacomodarse el vestido, sin importarle estar aplastándole la tráquea un poco más. Arik aprovechó la ocasión para agarrarle el tobillo con la única intención de poder respirar, sin embargo, la piel era tan suave que tuvo que acariciarla.
—¿Qué haces? —jadeó ella.
Arik sonrió.
—Nada. —Le deslizó el pulgar de arriba abajo por la pierna, concentrándose en el lugar donde el tobillo se unía a la pantorrilla. Tenía los músculos firmes y la piel sedosa y, ¡joder!, le hubiera gustado seguir acariciándola más arriba. Bueno, al menos tenía a Limos justo dónde quería... con la guardia baja. Ahora iba a presionarla un poco más—. Eres una JGF —susurró.
—¿Una qué?
—Una jinete con la que me gustaría follar.

Arik dio un tirón y apartó el pie de Limos de su garganta. Al mismo tiempo, y con cuidado de no hacerle daño y amortiguar su caída, se retorció de tal manera que ella se desplomó sobre él. La jinete pareció alarmada, tan completamente sorprendida de que Arik la hubiera superado que permaneció inmóvil sobre su pecho con la boca abierta, mirándole sin pestañear.
Santo Dios, era preciosa. Y esa boca... estaba hecha para hacer suplicar a un hombre. Así que la besó. No se percató de lo que había hecho hasta que sus labios se apoderaron de los de la joven. Arik pensaba que ella no podría escandalizarse más, pero Limos arqueó las cejas con tanta rapidez que hasta le hubiera hecho gracia si no fuera porque estaba concentrado en alzar la cabeza para besarla más profundamente. Así era él. No le gustaban las cosas a medias. Puede que no fuera su intención besarla, pero una vez que lo había hecho...
Pensaba seguir hasta donde ella le dejara.
Llegar, ver y vencer.
Por un breve y dulce instante, Limos le devolvió el beso. Sus labios se suavizaron y su lengua buscó la Arik, vacilante, como si no estuviera segura de lo que estaba haciendo pero quisiera tomar todo
lo que pudiera.
Después, se desató el caos.
Limos se alzó sobre él y, con lo que debieron ser todas sus fuerzas, le incrustó el puño en la mejilla. Un intenso dolor se extendió por su cara, por cada hueso y cada diente. Hacía tan sólo un segundo la estaba
saboreando y ahora... ahora lo que saboreaba era su propia sangre.

—¿Qué coño? —gritó Arik. O al menos, pensó que estaba gritando.
Sus palabras sonaron ahogadas por culpa de los destrozados labios y el corte que se había hecho en la lengua. Estaba seguro de que Limos le había roto la mandíbula y los pómulos. En realidad lo
que le pareció escuchar fue algo así como «qué foño».
—Me has besado. —Ella retrocedió con tanta rapidez que perdió las chanclas—. ¡Jodido cabrón! ¡Me has besado!
¡Joder! Pues claro que la había bes...
El suelo comenzó a retumbar alrededor de Arik y, de repente, surgieron unos enormes brazos espinosos de la tierra. Al instante, notó cómo le agarraban una docena de manos. Un agónico dolor le atravesó mientras retorcían y tiraban de sus extremidades, despellejándole. Empezó a perder el sentido de la realidad. Se le oscureció la visión, aunque sus oídos siguieron funcionando. ¡Dios!, el dolor era insoportable, estaba a punto de perder la consciencia, pero, antes de hacerlo, escuchó la aterrada voz de Limos. Sin embargo, lo que le gritaba no tenía ningún sentido.
No digas mi nombre, Arik. ¡No importa lo que te hagan! ¡No digas mi
nombre!
Limos estaba totalmente paralizada, más aterrorizada que nunca en su vida. Y dado que tenía cinco mil años, eso era decir mucho.
Sus hermanos y Kynan salieron de la casa en tropel con las armas en alto y, al verla, se detuvieron en seco.
—¡Dios! —gritó Kynan—. ¿Qué cojones...? ¡Arik!
—¡Limos! —Thanatos la estrechó contra su pecho y sólo entonces ella se dio cuenta de que se había acercado demasiado a los gigantescos brazos, o lo que quiera que fuesen, que estaban tirando
de Arik hacia las entrañas de la tierra.
—Me ha besado —repitió una vez más, con voz aguda y aterrada.
Sin decir ni una sola palabra, Ares sacó una daga y, con un ágil movimiento, se la lanzó a Arik. El primer instinto de Limos fue detenerle, pero el arma ya surcaba el aire, directa al corazón del militar.
De pronto, una flecha cruzó el aire nocturno para hacer pedazos la daga de Ares. Peste, con sus ojos azul hielo brillantes bajo la luz de la luna, estaba junto al acantilado, con el arco en la mano y una sonrisa de satisfacción en la cara.
—Ya me lo agradecerás más tarde, hermanita.
Thanatos rugió enfurecido al tiempo que una mancha negra y peluda les rebasaba para lanzarse sobre el recién llegado. Pero antes de que Hal, el sabueso protector de Cara, alcanzara a Peste, éste convocó
un portal de desplazamiento y entró en él.
Cuando Peste desapareció, Limos se volvió hacia Arik, pero también había desaparecido. La única señal de que había estado allí era la sangre que manchaba la arena.
—¿Qué diablos ha ocurrido? —Kynan se volvió hacia Ares—.
¿Por qué has intentando matarle? ¿Te has vuelto loco, gilipollas? Limos no podía hablar. Qué irónico que hacía apenas unos segundos no pudiese dejar de gritar incoherencias y que ahora su garganta fuera incapaz de emitir un solo sonido. Ares, por su parte, permanecía tranquilo a pesar de que Kynan le había llamado gilipollas y de que le tenía sujeto por la camisa mientras le gruñía a la cara.
—Ha besado a Limos —dijo Ares con voz ronca, señal de que no estaba tan tranquilo como su hermana pensaba—. Ella no puede tener contacto sexual con ningún macho.
Kynan soltó a Ares y concentró su mirada asesina en ella.
—Explícate.
Limos seguía sin poder decir nada. Ni una sola palabra. La noche, que siempre había odiado porque le recordaba el Sheoul, la envolvía. ¿Por qué había hecho eso Arik? ¿Cómo se le había ocurrido besarla
a ella, que era uno de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis? ¿Y durante cuánto tiempo le seguiría culpando, sabiendo que ella misma había deseado ese beso con todas sus fuerzas?
—¡Que alguien me responda! —exigió Kynan.
—¿Te acuerdas cuando te dijimos que Limos era la prometida de Satanás? —intervino Thanatos—. Nuestra hermana no se convertirá en su compañera hasta que su Sello se rompa, la capturen en el
Sheoul, o haga algo que le ponga celoso.
—Entiendo que Satanás sea celoso —gruñó Kynan—. Lo que no comprendo es por qué ella sigue aquí y Arik ha desaparecido.
—Porque las cosas no son tan sencillas. Satanás no la puede tener hasta que el macho que provocó sus celos repita el nombre de ella en medio de una terrible agonía.
Kynan tragó saliva tan audiblemente que hasta Limos pudo escucharle.
—Entonces, ¿sigue vivo? ¿Dónde?
—En el Infierno —murmuró Limos—. Arik está en el Infierno.

Información proporcionada y propiedad de la editorial Nefer

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